AUTOR: JENARO VILLAMIL (ANÁLISIS)
MÉXICO, D.F. (apro).- Con un cálculo ministerial sorprendente el gobierno del priista Enrique Peña Nieto ha demostrado, quizá involuntariamente, la gran falacia que fue la “guerra contra el narco” del gobierno del panista Felipe Calderón y ha abierto las compuertas para otras y complejas dudas que pueden convertir a la actual administración federal en rehén de su propia estrategia. La clave, de nuevo, está en Michoacán.
En menos de un mes dos grandes íconos de la guerra calderoniana han caído: Joaquín El Chapo Guzmán, inatrapable, mitificado por la propia ineficacia de Genaro García Luna, su presunto perseguidor, fue capturado en un operativo conjunto de las fuerzas armadas y policiacas mexicanas y estadunidenses; y Nazario Moreno, El Chayo o El Más Loco, quien demostró ser más astuto que toda la operación de propaganda del calderonismo para decretarlo muerto y colocar ante los medios masivos la falsa medalla del avance en Michoacán.
El caso de El Chapo es geopolítico y de dimensiones distintas a las de El Chayo, por la complejidad de los intereses involucrados y las ramificaciones internacionales del cártel de Sinaloa.