AUTOR: LILIA ARELLANO.
Desde el lunes por la noche se cerraron las calles que llevan al Zócalo. Las vallas se multiplicaron y en las primeras horas de la mañana de ayer era tal el número de policías, militares y gendarmes –los de la lujosa gendarmería-, que parecería se encontraban listos para un ataque, para repeler una turba, para empezar a repartir macanazos, cachazos, para de plano pegar hasta con escudos y cascos.
Se trató, a partir de las once de la mañana de detener el avance de los manifestantes, de los grupos que se enfilaron hacia el Hemiciclo a Juárez y entre los que aparecieron ex braceros, aquellos mexicanos que confiaron sus ahorros a un gobierno que sin ningún escrúpulo hizo mal uso de ellos y que ahora se niegan a devolver.Pertenecientes a otras organizaciones, cientos de mexicanos lanzaron voces de protesta, calificativos, exhibieron las demandas que durante años no han sido atendidas.
Ellos no escucharon que Peña Nieto les pidió un cambio de actitud, de mentalidad, un cambio cultural. A cambio puede llevarles comida caliente, pero que no adopten actitudes que lo molestan, que perjudican sus oídos, que le causan extrañeza.