Miles de testigos corrieron, se escondieron, cerraron las puertas de sus casas. Mientras, en las calles, durante tres días del 2011, se cometía una de las masacres más grandes, sangrientas e impunes de la historia moderna de México.
Todos callaron en Allende, Coahuila. El sacerdote Gerardo Elizondo Mejía fue uno de ellos… y lo pagó con sangre.
Todos fuimos cómplices, declara el cura.