AUTOR: DENISE DRESSER.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Allí están. Allí siguen. Pese a las reformas aprobadas y los cambios prometidos. Los “grandes” líderes sindicales de México. Caciques, depredadores, dictadores, el club de la eternidad. Como los describe Francisco Cruz Jiménez en su nuevo libro, Los amos de la mafia sindical, son producto de una relación perversa con el poder que les ha permitido forjar una gerontocracia sindical antidemocrática. Producto de una anuencia gubernamental que les ha permitido erigirse en centros de veto ante cualquier intento por circunscribir sus “derechos adquiridos”. Emblemas de antiguo régimen que no aceptan la crítica, no representan a sus representados, no se guían por principios sino por intereses. Contra ellos sólo queda la muerte o la cárcel.
Su éxito radica en la capacidad para mostrar lealtad y docilidad al presidente en turno. En su propensión a complacer a empresarios y contener a los trabajadores. En su poder para convertir a gremios enteros en ejércitos cautivos y temerosos. En su capacidad para utilizar todo tipo de artimañas, como la cláusula de exclusión, la lista negra y la manipulación de los estatutos para autorizar su reelección “por esta única vez”.