Ciudad Madero.- Era, ante todo, un hombre del sistema. Conocía sus reglas y sus secretos. Sabía hacer alianzas, negociar, imponer. Respaldado desde las cúspides del poder nacional–sindicato político–hizo suyo no solamente el sindicato petrolero sino toda una región del país, el sur de Tamaulipas. Este era su feudo. De Villa Aldama para abajo, él mandaba, él decidía, él otorgaba.
El cacicazgo de Joaquín Hernández Galicia desbordaba en efecto el control petrolero, eje de su poderío.
Mero apéndice de su imperio era el PRI, sus empleados los dirigentes locales y estatales del partido. Lo eran también los presidentes municipales de Ciudad Madero, Tampico, Aldama y Altamira.
El nombraba jefes policiacos, jueces, agentes del Ministerio Público. Imponía dirigentes obreros y campesinos. Controlaba medios de comunicación, la Universidad, el Tecnológico. Construía caminos, entregaba placas de taxi, pavimentaba calles, financiaba siembra, otorgaba préstamos, castigaba indisciplinas, repartía contratos y canonjías, ayudaba a desvalidos, perdonaba deudas, mandaba golpear disidentes, aprobaba–y condicionaba–gobernadores del estado.