AUTOR: ANTONIO HERAS.
Bandas de menores proliferan en las inmediaciones de escuelas públicas de Mexicali. Asaltan a los estudiantes, les venden estupefacientes o los presionan para que se unan a ellos. Llamar a la policía es inútil; sólo acude para advertir que necesita denuncia formal: maestro.
Mexicali, BC, 22 de junio. Sus manos delgadas son las de una adolescente que conserva rasgos de niña y que a los nueve años de edad inició su vida sexual para ingresar a una pandilla de Mexicali, una de las cuatro que hay en su barrio.
Con la mano izquierda lanzó un dado de plástico, como si quisiera zafarse de una espiral que giraba con su propia suerte y con el deseo que los minutos pasaran rápidos, silentes en medio de jaculatorias que repetía en su mente, para evitar el dolor en su cuerpo, núbil hasta ese día. Cuatro, ése fue el número de su suerte.
Tragó saliva y miró la hilera de adolescentes formados en espera de su turno, del momento para obtener el premio y marcarla como integrante de la clica (pandilla). Esa fue su génesis de mujer, de hembra de su barrio en el fraccionamiento Ángeles de Puebla.