AUTOR: JOSÉ GIL OLMOS.
MÉXICO, D.F. (apro).- En la cabeza de Enrique Peña Nieto el país va camino a la modernización –lo mismo pensó Carlos Salinas hace veinte años– con las reformas que aprobaron los legisladores de su partido y el PAN y que, según él, beneficiará a todos, aunque lo más claro es que lo hará únicamente para el sector más rico de México que ya empezó a ver en sus bolsillos los resultados con nuevos canales de televisión, contratos petroleros y la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México.
Quienes tienen memoria histórica de la política mexicana han empezado a comparar el peñismo con el periodo de Miguel Alemán Valdés, quien gobernó con y para los empresarios nacionales y extranjeros sin ninguna oposición social ni de partidos ajenos al PRI. Y al parecer eso es lo que está sucediendo.
Ver a Peña Nieto entrando a Palacio Nacional, saludando a los suyos con gestos y ademanes que parecen sacados del pasado, en medio de aplausos y vivas de quienes lo acompañan desde el gobierno o el Poder Legislativo, parece una imagen remota de cuando los presidentes priistas tenían un poder ominoso.