La política mexicana está pasando por un mal momento, uno crítico. Sin vueltas, la situación es la más delicada de los últimos 20 años. Los grandes resultados y los incuestionables logros sólo existen en la mente de los gobernantes, en la boca de los aduladores de turno o en la publicidad oficial pagada con nuestros impuestos.
Bueno, y recientemente en las comunicaciones de la Cancillería, para desacreditar a cualquier voz crítica, sea el Papa o la ONU. Pero el mundo cambió y muchos no se han enterado. Las fuentes tradicionales que imponían las narrativas han perdido poder y vivimos una disputa por la interpretación de la realidad. La sociedad inquieta se sacude y por momentos se espabila. Se hace sentir.
Frente a tal escenario, preocupa la reacción de la clase política. Por ejemplo, supongo que el presidente Peña Nieto y su grupo cercano habrán pensado que era de mucha cintura política reconocer frente a la prensa internacional (y en el extranjero) lo delicado de la crisis de credibilidad que su gobierno atraviesa y postular a Medina Mora a la SCJN. El Presidente se lo propuso y lo logró, colocó a un íntimo suyo en el máximo tribunal. Es cierto que ser amigo del presidente no es impedimento para el cargo, que las responsabilidades que se le imputan a Medina Mora no se basan en condena legal alguna, que tampoco es obstáculo el tener una trayectoria política y que legalmente no es requisito haber tenido experiencia judicial. Pero ¿todo junto no es demasiado en un contexto tan delicado? La supuesta sensibilidad de estadista, confesada en Inglaterra, se desploma frente a un acto de pretendida astucia política. El presidente se dio el lujo de enviar una terna como si sus bonos fueran los más altos. Extraña forma de leer una crisis.
Hace apenas una semana, un grupo de vecinos sorprendió a David Korenfeld, un servidor público -amigo y del círculo más cercano del presidente Peña Nieto- haciendo uso privado de un helicóptero público. El caso –que ha dominado una buena parte de la discusión pública- sólo ha merecido un crítico silencio por parte del presidente Peña Nieto. Supongo que es una medida que sus asesores le habrán sugerido para manejar la crisis, pero en la práctica funciona como prueba del nivel de complicidad y complacencia que él tiene con la corrupción. ¿No estaba supuestamente al tanto de la crisis de legimitidad y de lo débil que se está convirtiendo su gobierno?
En el Congreso la buena política también está herida. Frente a los recortes, los métodos de austeridad y ahorro son, por decir lo menos, cuestionables. En la Cámara de Diputados anunciaron el cierre de comisiones especiales investigadoras de supuestas ilegalidades, irregularidades y desvíos. La austeridad como pretexto para la impunidad. Los senadores, por su parte, se redujeron la ridícula cantidad de 100 pesos del total de sus ingresos mensuales. La formalidad como acto de simulación.
Las formas frívolas de hacer política alcanzan también a los partidos políticos (o surgen en ellos, no lo sé). Están ahí, las malas artes y la mala leche, como las del Partido Verde, que se encarga de dar cátedra sobre impunidad, violando la ley electoral una semana sí y otra también. Y esa conducta podría ser una suerte de broma, un chiste o algo para atacarse de risa. Claro está, sino fuera porque de muchas formas retrata la crisis de legalidad que vivimos, lo frágil de nuestra institucionalidad y el cinismo político. Eso sí, con cargo a nuestros impuestos. Demasiado dinero para un concepto de dudoso valor público. Demasiado en un país lleno de carencias y necesidades.
Las circunstancias y el contexto de la salida del aire del programa de Carmen Aristegui, también son un punto medular de análisis. Algunos parecen olvidar, convenientemente, que ciertas relaciones entre particulares no son sólo un asunto privado, que la salida de Carmen y su equipo afecta los derechos de audiencia de millones y que lo que está en juego es de suma importancia para nuestra insípida democracia. El punto central, y lo más delicado del conflicto, no trata sobre lo mucho que perdemos como sociedad y país con la cancelación del programa de Aristegui. Aceptemos como válido el ejercicio hipotético de que pronto encontrará otro espacio radiofónico e incluso con mayor penetración. Lo que quedó al desnudo con su cese es lo raquítico de nuestra pluralidad mediática, la pobreza generalizada con la que se ejerce el periodismo y el servilismo –por razones políticas- de los conglomerados mediáticos.
Son estas y otras prácticas las que irritan a un sector cada vez más importante de la población. Es por esto, que la política anda herida y que urge curarla.
FUENTE: ARISTEGUI NOTICIAS.
AUTOR: MIGUEL PULIDO.