Si a usted le han hablado durante los últimos diez años desde un teléfono con clave de larga distancia del Distrito Federal para exigirle dinero y advertirle del inminente asesinato que sufrirá usted o alguien de su familia; si recibió esta llamada y vive en el DF, en Cancún, en Guadalajara, en Monterrey o cualquiera otra parte de México e incluso en Sudamérica, entonces tiene algo en común con Miguel Ángel Mancera Espinosa. Tanto usted como él están, o han estado en la agenda de un asesino que vive bajo la responsabilidad del Gobierno del Distrito Federal: Paulo Sergio “El Avispa” Contreras Hernández.
El martes pasado, dos eventos se desarrollaron en la capital mexicana apenas separados por algunas horas de diferencia y pocos kilómetros de distancia.
En la primera escena, Miguel Ángel Mancera sonrió bajo el sol del mediodía y ofreció un apretón de manos al golfista Eldrick “Tiger” Woods, alguna vez el mejor del mundo, y lo reconoció como visitante distinguido de la ciudad ni más ni menos que en el Altar a la Patria, en el Bosque de Chapultepec.
En la otra escena, un hombre murió atravesado por las balas en la Unidad Habitacional Ignacio Zaragoza, en Iztapalapa.
Los gatilleros colocaron una cartulina a su lado y hablaron directamente al Jefe de Gobierno del DF. No se corrigen faltas de ortografía:
“¡JEFE MANSERA!
“Aquí le vamos a poner a quienes son los que nos an estado amenasando y an matado gente, estan protegidos por el cano e Israel, comandantes del reclusorio oriente, entre ellos protegen a los internos El Pulca, coyotes, esteban.
“Internos del oriente traen el control de la droga del penal con apoyo del Eusevio Dulce reyes, recluido en el penal de Chihuahua y suele tener celular en la carcel estatal de Chihuahua.
“El ordena las ejecuciones con los cabecillas del reclu oriente y otros como el diamante, el Alex y el nieves.
“No me meto con nadie por eso me apoyan, nada mas muevanlos de los centros y esto se acabara…
“ATT. GENTE NUEVA DEL AVISPA VAMOS POR TI DULCE REYES”.
Este evento fue una de varias cerezas en un rebosado pastel que desde hace tiempo se cocina en la capital del país. El pastel que exhibió a un hombre colgado en un puente de Iztapalapa y otro quemado en un tambo no tan lejos de allí.
Entre la situación que vive hoy la Ciudad de México y la que de cierta manera le dio origen, han transcurrido dos décadas.
Porque Paulo Sergio “El Avispa” Contreras Hernández —a quien el Gobierno del Distrito Federal bien podría tener como el habitante menos distinguible— es un viejo conocido del sistema de justicia capitalino, en el que hizo carrera Miguel Ángel Mancera Espinosa.
La reunión ocurrió hace 20 años, en 1995, en un dormitorio de la Penitenciaría del Distrito Federal, una de las cárceles más duras del mundo.
Los hombres, todos ellos con alma de cementerio, se dijeron conscientes de su poder: Sí, no cualquiera asesina a quien sea y pocos asesinan asesinos, pero es más importante matar sin importar las consecuencias.
Se preguntaron qué diferencia existe entre una condena a 300 años de prisión y una sentencia a mil años. Cuarenta y dos hombres, asesinos y secuestradores, encontraron que ninguna.
Se erigieron en cofradía y se hicieron llamar a sí mismos La Familia (ninguna relación genealógica con el cártel michoacano, al que precede).
Veinticinco de ellos se conocían casi desde la infancia. Poco tiempo atrás coincidieron en el entonces llamado Consejo Tutelar para Menores, la cárcel para adolescente de San Fernando. Sabían exactamente qué significa “poliana”: juego de mesa similar al parqués o al parchís; “chicha”: el trapo con que se limpia el piso de rodillas; “pocito”: la cubeta llena de excremento en que se les hundía la cabeza a manera de castigo, y “niño rostizado”: niño violado, muchas veces por los mismos guardias.
La Familia asumió que ellos eran de la cárcel y la cárcel de ellos. Y en adelante, ellos administrarían la extorsión interna y externa y el narcotráfico al interior de la Penitenciaría, también conocida como la Cárcel de Santa Martha.
Los detalles del nacimiento de la orden de los matones están contenidos en un documento interno del sistema penitenciario cuya copia posee SinEmbargo. El estudio, denominado “Redes delincuenciales”, es un auténtico diccionario enciclopédico de la actividad criminal al interior de la prisión y fue elaborado en 2006.
Se lee en el informe:
“La Familia ha sido el grupo de poder más importante conformado dentro de la Penitenciaria y en el sistema penitenciario del DF. Estuvo integrada por un grupo de internos de altas sentencias, dedicados a la extorsión y al homicidio, (que) controlaron la Penitenciaria por el período comprendido de 1995 hasta el año de 2005. Se alquilaban en un principio para los internos de alto poder económico los cuales, a través de ellos, ejercían un control en todos los dormitorios de la Penitenciaria e inclusive en los diferentes reclusorios preventivos”.
Alfredo Ornelas es un criminólogo con más de 30 años de experiencia en psicología forense. Posee la trayectoria más sólida en la investigación del sistema penitenciario en México y él mismo ha dirigido centros federales estatales y locales en Tamaulipas, Morelos y el Distrito Federal. También fungió como subdirector de la Penitenciaría.
—¿Qué condiciones crearon la oportunidad de que se creara un sicariato gobernante de una cárcel y luego del conjunto de cárceles en el Distrito Federal? —se pregunta a Ornelas en entrevista.
—Los sicariatos siempre han existido. El homicidio ha sido un negocio tradicional en la historia de las cárceles, desde la antigua cárcel de la Acordada, la cárcel de Belem luego, la primera penitenciaría del Distrito Federal, Lecumberri y ahora Santa Martha Acatitla. En sus inicios no existían sicariatos. El asunto fue más o menos aséptico, paradójicamente, porque a la penitenciaría iban a enviar a una parte de los más terribles delincuentes y otra parte fueron canalizados hacia las Islas Marías, literalmente un destierro a la muerte. Luego, con la construcción de los reclusorios preventivos en el DF, el sicariato se erigió como una forma obligada de funcionamiento y operatividad entre los internos.
—¿Cómo fue que los integrantes de La Familia adquieren sentido de identidad y de grupo?
—Por una serie de características que los hermanaban, que los igualaban, que los identificaban: en las cárceles hay, como los criminales los llaman, familias: la familia de los defraudadores; de los multihomicidas, es decir, no cualquier homicida, sino de quienes entienden el asesinato como un modus vivendi. Entre los internos, el asesinato otorga cierta importancia cualitiva en la identificación entre los homicidas. Algunos participan en eventos comunes y se reconocen sus capacidades para matar y así es como se arman las sociedades, las hermandades, que tiene que ver con una serie como asuntos de solidaridad, de apoyo, de entendimiento de sus carencias, de sus necesidades. Me refiero a la empatía y la existencia de cierta transferencia y contratransferencia respecto de lo que cada uno de ellos son en lo particular y ya en lo general.
De acuerdo con testimonios recabados de dos ex presidiarios y dos ex custodios, el líder más prominente de la banda fue José Luis Martínez Zavaleta, un asesino con menos vidas adeudadas que varios de sus sobordinados, pero mayor capacidad de organización.
“Era una especie de cerebro ahí. Si La Familia era un pulpo, él era la cabeza y los demás eran los tentáculos”, ejemplifica uno.
Otro recuerda que “El Zavaleta” —con frecuencia, el apellido funciona como apodo— era un criminal “justo”, un jefe confiable que repartía de acuerdo a los méritos de quienes participaban en un “trabajo”.
“Si alguien mataba e iba a la celda de castigo [aún se habla de la existencia de un calabozo llamado ZO o Zona de Olvido, un encierro hecho con soldadura autógena], ‘El Zavaleta’ enviaba indicaciones a otros internos y a custodios para que lo respetaran y mandaba que la motita, que el chocho, que la piedra. Cuando alguien tenía algún problema económico en su casa, él decía: ‘A ver, mi chavo, te mataron a tu hermano, y para pagar el sepelio todos te vamos a cooperar.
“Eso hacía que toda la banda atendiera las instrucciones de este canijo y era el único que no despertaba envidias, lo que no pasaba con algunos otros cuando decidían crecer o tomar decisiones por sí mismos y terminaban traicionando a los demás. Entonces se iba con ‘El Zavaleta’:
—A ver, carnal, qué onda, ¿qué vas a hacer?, que fulanito de tal ya se pasó de pendejo —le decíamos–. “El Vallecillos” [apodo de Santiago Melgoza Vallecillos, asesinado el 29 de septiembre de 2002] se pasó de pendejo con nosotros, nos ganó se quedó con la droga y hay que darle pa’bajo.
—Ustedes dicen —autorizó porque estábamos en lo correcto.
—No, pues hay que darle palanca.
—¡Órale! —entonces ya nos organizábamos y todos lo cuidábamos—. Y entonces, a ver, ¿quién lo mata?
—Lo mata “El Simpa”, lo mata “El Alemán” [Lorenzo Chávez Morán], lo mata “El Flavio” —y no me acuerdo del otro y así se hizo: ma-sa-cre.
Un guardia describe a “El Zavaleta”: “Es inteligente, que no culto ni instruido. Creo que ‘El Zavaleta’ estudió hasta el segundo año de primaria y en la calle era albañil, pero asimiló el asunto de la cárcel y entendió sus dinámicas y aprendió a vivir ahí dentro. Tuvo maestrazos: ‘El Cuervo’ y ‘El Lemus’. Luego se fue a los centros federales”.
—¿Y qué me dice del Avispa?
—De ellos mismos… Cabrón y muy culero también.
En las 344 páginas del reporte aparece, destacadamente, “La Avispa”, como jefe en 2006 de una de las dos bandas delictivas identificadas en el dormitorio uno de la Penitenciaría. Al grupo se le refirió como conformando por homicidas y secuestradores y se le clasificó como de “alta peligrosidad institucional”. Malo entre los malos, pues.
“En un principio, Paulo Sergio Contreras y Carlos Alberto Terreros estuvieron integrados a la banda conocida como La Familia, la más peligrosa, extensa y sanguinaria que existió en la Penitenciaría”.
En ese tiempo, Contreras estaba asociado con un secuestrador llamado Jesús Solórzano Martínez y un comerciante de drogas y armas egresado del ejército mexicano, Nicéforo Varela Palma.
“Paulo Sergio, Jesús y Nicéforo poseen un alto nivel intelectual. Se dedican a activar microchips de teléfonos celulares en la frontera norte del país y con ellos extorsionan vía telefónica a cualquier parte del DF, interior de la República, Centro y Sudamérica. Al momento de rastrear las llamadas, los números registrados sugieren que son realizadas desde el norte del país”.
Una característica del crimen organizado es su tendencia a la fragmentación. Las bandas se fracturan por discrepancias en los negocios y por razones más mundanas y quizá más importantes.
El 9 de enero de 2006, “La Avispa” y otros dos miembros de la banda cosieron a cuchilladas a Jesús Solórzano Martínez y sentenciaron a muerte a Nicéforo Varela Palma pues estaban seguros que sus socios de negocios lo querían ser de cama y quisieron seducir a sus esposas.
Una vez más, “La Avispa” debía organizar su banda y, dentro del sistema penitenciario del DF, lo hizo.
Personas que laboran en cárceles y en la Policía Judicial confirmaron a este medio que “La Avispa” mencionado en la cartulina dejada junto al muerto del martes pasado es Paulo Sergio Contreras Hernández, quien delinque en complicidad de uno de sus cuñados, Andueza Velázquez, preso desde hace dos años por el robo a un banco en Iztapalapa.
Hay algo más que decir a propósito documento “Redes Delincuenciales”.
Pocos meses después de su elaboración, el abogado Miguel Ángel Mancera Espinosa se integraría como subprocurador de Procesos de la Procuraduría del DF y luego como subprocurador de Averiguaciones Previas Centrales: varios de los delitos cometidos por las pandillas de Santa Martha habrían de pasar por su escritorio.
Hoy, sin lugar a dudas, Miguel Ángel Mancera vuelve a tener noticias de “La Avispa”, quien se sentiría con la confianza para amenazar al Jefe de Gobierno del Distrito Federal, quien dice que aquí, en la capital del país, tal cosa no existe.
Aunque a usted le hablen por teléfono desde una cárcel y le adviertan que si no da dinero, a usted o a alguien de su familia lo van a asesinar.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: HUMBERTO PADGETT.