El Presidente Enrique Peña Nieto ha fallado en muchas cosas a los mexicanos, pero sobre todo en lo político.
Aún así, puede elegir a un sucesor que llegará triunfador en las elecciones presidenciales de 2018 simplemente con mantener las alianzas que le den al Partido Revolucionario Institucional (PRI) un voto duro del 36 por ciento.
Pero esa fórmula no hará sino acrecentar la desilusión de los mexicanos en su naciente democracia. Eso dice hoy la revista británica The Economist, considerada referencia obligada entre la clase empresarial, financiera y política del mundo.
En los primeros 18 meses después de que se convirtió en Presidente de México en diciembre de 2012, Enrique Peña Nieto disfrutó de un éxito extraordinario, dice el semanario. “A través de maniobras políticas hábiles promulgó una serie de reformas estructurales para la lenta economía de su país –que habían eludido a sus tres predecesores–, incluyendo una enmienda constitucional histórica para revocar una prohibición a la inversión privada en la energía, que data de la década de 1930. Pero entonces, todo empezó a ir mal”.
En primer lugar, agrega The Economist, una reforma tributaria de mano dura enajenó la empresa privada. “El asesinato de 43 estudiantes-maestros en septiembre 2014 por narcotraficantes en connivencia con las autoridades locales en el estado sureño de Guerrero conmocionó al país. La revelación de que la esposa del Presidente [Angélica Rivera] y su Secretario de Hacienda [Luis Videgaray] habían adquirido casas de lujo con la ayuda del Grupo Higa, una empresa de construcción que había ganado contratos con el gobierno, señaló conflictos de intereses mero arriba (aunque fue negada toda maldad). El Secretario de Comunicaciones y Transportes [Gerardo Ruiz Esparza] apresuradamente canceló un contrato que había adjudicado a un consorcio que incluye a Grupo Higa para construir un ferrocarril de alta por 3.6 mil millones de dólares”.
En julio, la fuga de la prisión de Joaquín “El Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso de México, añadió la humillación a la vergüenza, sostiene la publicación británica. Todo esto, agrega, “ha socavado el apoyo público para el señor Peña. En un país que tradicionalmente es deferente con sus presidentes, su nivel de aprobación cayó a 34 por ciento en la estela de vuelo del señor Guzmán. El gobierno es el blanco de desprecio despiadado entre las clases más parlanchinas de la Ciudad de México. Muchos mexicanos apuntan a dos grandes problemas con los que se asocian administración: la continua falta de seguridad y la prevalencia de la corrupción”.
“Los funcionarios parecen un tanto desconcertados y resentidos por la falta de credibilidad a los logros que obtiene el gobierno. Después de todo, mientras que la economía de México no puede ser estelar, continúa creciendo de manera constante, que es más de lo que se puede decir de algunos otros en América Latina. Las reformas están empezando a mostrar resultados que la gente puede apreciar, como una fuerte caída en los precios de la telefonía móvil. El Congreso ha aprobado una enmienda constitucional para establecer un Sistema Nacional Anticorrupción, pomposamente llamado así. Muchas cosas, desde la Reforma de la Educación hasta la industria del automóvil, van bien en México”, sostiene The Economist.
Incluso en la seguridad, dice, “la película completa es mixta en los titulares. La tasa de homicidios se redujo de 2012 hasta marzo de este año, aunque ahora está repuntando de nuevo. Varios estados del norte, donde la violencia de la mafia cundió, son mucho más tranquilo. En el estado central de Michoacán, el Gobierno federal ha quitado los colmillos tanto a una banda de narcotraficantes particularmente cruel como a autodefensas locales. Un nuevo programa de policía comunitaria en algunos de los barrios más peligrosos (con una población total de 2.5 millones de michoacanos) tiene ‘resultados medibles’, dice un funcionario de seguridad”.
“Pero los fracasos del gobierno son más visibles. Estos incluyen Guerrero, que se ha convertido en una de las mayores fuentes mundiales de heroína. Partes del estado están ‘totalmente penetrados por el crimen organizado’, admite un funcionario. Para sus críticos, Peña ha fallado en dar prioridad en la seguridad y en el imperio de la ley en parte porque muchos políticos locales de su Partido Revolucionario Institucional (PRI) se benefician del status quo. Esto se aplica aún más a la corrupción. El Congreso debe aprobar antes de mayo las leyes necesarias para aplicar el nuevo sistema de lucha contra la corrupción. Si hay un ‘50 por ciento de posibilidades’ de que estas leyes tendrán los dientes, es porque la sociedad mexicana y la academia son cada vez más conscientes del costo de la corrupción, dice Mauricio Merino del CIDE”, sostiene el semanario inglés.
Agrega: “El fracaso más sorprendente de Peña es político. Paradójicamente, el Presidente que puso a prueba reformas ambiciosas ha demostrado ser incapaz de reaccionar a los eventos. ‘No saben [en el Gobierno de Peña] cómo responder a la opinión pública’, dijo Héctor Aguilar Camín, historiador, en referencia al pequeño círculo de ayudantes del mandatario. Aguilar llama el problema ‘el silencio de Los Pinos”. En los días en que el PRI gobernó México como un Estado de un solo partido, los presidentes eran a menudo despiadados con los funcionarios que realizaban saqueo. No el señor Peña: El de Hacienda, el de Comunicaciones y el de Gobernación [Miguel Ángel Osorio Chong] permanecen en sus puestos a pesar de los conflictos de intereses y la fuga del señor Guzmán. El Presidente parece colocar la lealtad personal por encima de la responsabilidad pública”.
The Economist concluye: “En lo más estrecho de los términos políticos, su criterio puede ser el correcto. A pesar de todos los escándalos, el PRI y sus aliados mantuvieron mayoría en el Congreso en las elecciones de mitad de período de junio. El señor Peña Nieto todavía puede lograr que un sucesor seleccionado por él sea electo en 2018 sólo conversando el voto duro de la alianza PRI en torno al 36 por ciento [de la votación]. Esto es así porque la oposición está fragmentada, y la Constitución no requiere una segunda vuelta. El problema es que esta fórmula intensificará la desilusión de los mexicanos con su todavía joven democracia”.