“El tema no es Sean Penn, no es ‘El Chapo’, que incluso en la entrevista con el actor reconoce que nada cambiará cuando él no esté. El tema es el sufrimiento de los mexicanos, la corrupción que permite operar a los cárteles con impunidad […] El ansia de droga de Estados Unidos que alimenta esa violencia, esa guerra”, señaló en entrevista con la agencia AP.
“De eso es de lo que la gente debería estar hablando y estoy contento porque nuestra película se sitúe ahí”, añadió el realizador neoyorquino.
Sobre Tierra de cárteles (Cartel Land), nominado al Oscar, subrayó que la apuesta es por contar la realidad del crimen organizado “desde adentro, poniéndole cara humana a la violencia” y llegando a lugares que ni él mismo se hubiera imaginado.
Se trata de una historia de dos movimientos civiles armados a ambos lados de la frontera México-estadunidense, donde el espectador puede ver, como nunca antes, un laboratorio artesanal de metanfetaminas dirigido por un hombre con uniforme de policía y escuchar los gritos desgarradores de un centro de tortura regenteado por aquellos que se habían levantado contra los abusos de las mafias y la ineficacia de las autoridades.
El documental, el tercero de Heineman, es una producción mexicana-estadunidense narrada en inglés y español. Entre sus productores ejecutivos se encuentra Kathryn Bigelow, la primera mujer ganadora del Oscar a la mejor dirección. Y entre sus múltiples reconocimientos se destacan los premios al mejor director y a la mejor cinematografía, en el apartado documental, en el Festival de Cine de Sundance de 2015.
Con una espléndida fotografía y secuencias cargadas de acción que parecen más ficción que realidad, Tierra de cárteles mete al espectador en la piel del veterano de guerra Tim ‘Nailer’ Foley, líder de un grupo de paramilitares estadunidense, el Arizona Border Recon, que captura a inmigrantes indocumentados y lucha contra los cárteles. Y también en la de José Manuel Mireles, un doctor ahora encarcelado que se alzó en armas en Michoacán, en el occidente de México, para librarse de los Caballeros Templarios, un cártel que durante años extorsionó, violó y asesinó a muchos inocentes, según el despacho informativo de AP.
“En cierto sentido es la historia de un determinado momento (en Arizona y Michoacán). En otro, es una historia atemporal […] que hemos visto desarrollarse en muchas partes del mundo cuando ciudadanos que se sienten abandonados por sus gobiernos y en manos de criminales deciden luchar”, indicó Heineman.
Y lamentó que a más de un año del rodaje, la tranquilidad que auguraban algunos michoacanos en la película, y de la que presumen hoy las autoridades mexicanas, no se haya hecho realidad.
“Los secuestros continúan, la violencia continúa, esa es una de las tragedias de esta historia. Diferentes actores haciendo las mismas cosas. Como dice el ‘cocinero’ de metanfetaminas en la película: si no lo hacemos nosotros, alguien más lo hará”.
Y confía en que la nominación al Oscar contribuya a que el documental sea visto por más personas e incentive el debate sobre cómo romper el círculo vicioso de la violencia, la corrupción y la impunidad.
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: REDACCIÓN.
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