El deterioro de sus instalaciones, el ahorcamiento financiero y la carencia de una plantilla académica que, como antes de los años 80, represente a los mejores maestros, se hacen evidentes desde hace por lo menos tres décadas, coinciden especialistas, profesores y ex alumnos.
Del total de normales que existen en México, 274 son públicas y atienden a 76.9 por ciento de la matricula nacional, mientras en 210 planteles particulares asisten 23.1 por ciento de los jóvenes que desean ser maestros.
En los pasados 30 años, las normales han perdido más de 200 mil estudiantes, es decir, 63.5 por ciento de su matrícula, al pasar de 332 mil 505 a principios de 1980, cuando se reportó un máximo histórico en la demanda, a 121 mil 342 inscritos durante el ciclo 2014-2015.
Datos del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) señalan que en el ciclo escolar 2013-2014 sólo se cubrió 72.6 por ciento de los lugares de primer ingreso disponibles en las normales públicas, mientras en las particulares fueron 52.4 por ciento.
Además de la reducción de su matrícula, hay un creciente deterioro en las condiciones en que se ejerce la docencia en las aulas.
En su reporte más actualizado, que corresponde al ciclo escolar 2014-2015, la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación señala que de los 17 mil 462 profesores que laboran en esos planteles, sólo 5 mil 178 (29.6 por ciento) son de tiempo completo, 2 mil 183 (12.5 por ciento) tienen medio tiempo, mientras 9 mil 146 (52.3 por ciento) trabajan por horas.
Pese a que más de la mitad de los maestros cuentan con un contrato de base, cerca de mil 500 cumplen un interinato limitado –sin plaza base–, 471 son comisionados, 2 mil 370 cobran por honorarios y 32 son voluntarios.
En cuanto a los resultados académicos de los alumnos que están por egresar de las normales, el INEE señala, en su informe Los docentes en México 2015, que poco más de una tercera parte alcanza un logro educativo insuficiente, mientras sólo 24 por ciento se ubican en niveles de desempeño sobresalientes.
Etelvina Sandoval, profesora-investigadora de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), afirma que hay un eje medular que se está borrando en estas instituciones: se forman para enseñar, y es precisamente esta característica la que se está eliminando.
Las normales, señala Juan Manuel Rendón, ex rector de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros (BENM), han dejado de ser parte de un proyecto educativo impulsado por las administraciones federales, para entrar en una fase de parálisis, asfixia financiera y abandono académico.
Por décadas, recuerda, se dejó intacto el control institucional e ideológico que ejerce la cúpula del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) en la designación de sus directivos, se les impusieron nuevos estándares de excelencia académica sin darles recursos, y comenzó, al menos desde principios de este siglo, una prolongada campaña de desprestigio.
Sandoval agrega otra característica en la gestión interna que se impuso a las normales: el verticalismo. Todo viene de arriba abajo. Quien designa a los directivos es la autoridad, pero también es la única que impone los planes y programas de estudio. Las comunidades académicas y de alumnos no son incluidos en los procesos de reforma.
Hugo Casanova Cardiel, profesor del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, de la Universidad Nacional Autónoma de México, considera que las normales se han convertido en un enemigo para el gobierno federal, lo que resulta muy delicado, pues ver a las escuelas y a los maestros como entidades beligerantes respecto del Estado es algo muy peligroso.
El gobierno federal, considera, tiene una estrategia para el normalismo: en vez de impulsarlo, busca contenerlo. Trata de meterlo en los esquemas predeterminados de la burocracia educativa.
Isaías Jaime Ignacio, ex alumno normalista y profesor de telesecundaria en la región centro de Oaxaca, recuerda que la educación normalista cumplía una doble función: formar nuevos profesores, pero también inculcar en los futuros maestros un profundo compromiso social. El normalismo tenía un rumbo claro; sabíamos que nuestra función era estar al lado de los más pobres. Hoy ese objetivo se ha perdido.
Apunta que desde 1883, con la fundación de la Escuela Modelo de Orizaba, hasta 1922, con la creación de la primera Escuela Normal Rural en Tacámbaro, Michoacán, se fue consolidando un proyecto educativo nacional que haría posible sacar del analfabetismo a millones de mexicanos.
Fue un periodo que impulsó, en décadas posteriores, el desarrollo del normalismo, cuyas aportaciones ayudaron a construir al México del siglo XXI.
Fuente: La Jornada