CIUDAD DE MÉXICO: Cuando un militar comete un crimen, ¿lo hace por negligencia, dolo o por mal desempeño? Los asesinatos de civiles a manos de miembros de las fuerzas armadas en México desmitifican la institucionalidad de los militares, la figura de heroicidad que a lo largo de varios regímenes se ha pretendido otorgarles para respaldar de manera indirecta el uso faccioso que los distintos presidentes han hecho del Ejército Mexicano. Son muestra palpable del enorme grado de vulnerabilidad de la sociedad civil frente a algunos miembros de la milicia, vulnerabilidad que se potencia cuando esos atroces crímenes se callan o incluso se ocultan.
¿Qué lleva a los militares a estallidos de violencia, ira u odio incontenibles? La disciplina militar tiene su propia lógica, una lógica por la que se preparan hombres para utilizar armas y matar.
La lógica de esa disciplina se inculca en los militares de carrera desde el Heroico Colegio Militar, el plantel más importante de educación castrense, dependiente de la Dirección General de Educación Militar y Rectoría de la Universidad del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos. En él, durante cuatro años se les educa bajo reglas tácitas de obediencia incuestionable desde la potrada, el bautismo no oficial que se ofrece a manera de bienvenida a los imberbes cachorros de primer ingreso, a quienes los superiores –oficiales, futuros colegas– harán ver su suerte como buenos para nada, malos para todo. La potrada durará hasta que se les temple el carácter. Se les enseña el “¡Sí, señor! ¡Sí, mi general! ¡Sí, sí, sí!”, y la única respuesta correcta: aguantar y obedecer, sin tener ninguna oportunidad de cuestionar.
Ubicadas en la zona sur del Distrito Federal, las aulas del Heroico Colegio Militar –inauguradas en septiembre de 1976–, con ese halo que supone misticismo, conforman un impresionante conjunto arquitectónico que simboliza el telpochcalli, el lugar en el cual los antiguos aztecas educaban a los jóvenes para la guerra. Su edificio de gobierno tiene como forma la de la máscara del dios Huitzilopochtli, el dios de la guerra, y las instalaciones que comienzan en el gimnasio y contienen la sala de historia y el área de dormitorios donde los aguiluchos (cadetes) reposan, simbolizan al dios Quetzalcóatl.
En esas aulas, en un ambiente que pretende celo en la vida dedicada a las armas, se curte el temple de los militares de carrera: un temple que al estilo draconiano se les seguirá forjando en batallones, campos, campamentos y cuarteles como si el implacable sargento mayor Hartman (célebre personaje del filme Full Metal Jacket) saltara de la pantalla para meterse en la piel de los oficiales entrenadores. Ésa es la misma lógica bajo la que se educa, entrena y adiestra a todos los miembros de las fuerzas armadas, la que replican los oficiales en la tropa.
Lealtad, devoción, valor, honor, abnegación, se promueven como valores del instituto armado; pero los altos mandos los enseñan de manera absolutamente vertical según su visión. En los cuarteles, batallones y regimientos el mando aplica la disciplina y conforme a su criterio arresta, detiene y castiga a los subordinados.
Tal disciplina ciega desencadena como efecto negativo en lo que los militares definen como mala conducta, desobediencia, insubordinación, y ha llevado a más de uno a niveles de violencia exacerbada en el clímax de dicha “indisciplina” asesinando a sus “superiores”; a militares de alta jerarquía a asesinar a “sus inferiores”, o a los llamados delitos contra el honor militar, que es como la propia Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) define las imputaciones hechas a militares, las cuales pueden motivar su “baja forzada”.
Fragmento del reportaje que se publica en la edición 2055, ya en circulación
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: ANA LILIA PÉREZ.
LINK: http://www.proceso.com.mx/434120/cuando-los-militares-pierden-honor