Confundidos, aterrorizados y sin ayuda: los detalles que agrega el nuevo informe del caso Ayotzinapa
Uno de los oficiales dijo: “Los vamos a matar a todos”, según el testimonio del conductor del autobús. Otro policía se dirigió a él y le dijo: “A ti también”.
Mientras tanto, un oficial de inteligencia militar lo veía todo. Y cerca de donde sucedía había agentes de la policía estatal y la federal. A los estudiantes los subieron a vehículos de la policía y desde entonces no se ha sabido nada de ellos.
Se trataba de varios de los 43 estudiantes desaparecidos en el caos de una noche violenta de septiembre de 2014 en Iguala, un caso cuyo contexto —no se conoce aún el motivo de la desaparición— es cada vez más cuestionado. Sobre todo después de que una comisión de expertos extranjeros lo haya examinado durante más de un año.
Pese a los obstáculos que el gobierno ha puesto al caso desde hace meses, los dos informes del grupo de expertos extranjeros —el segundo fue publicado el domingo— son el relato más detallado de los hechos de aquella noche, que dejaron seis muertos además de los 43 desaparecidos, y decenas de heridos.
El informe describe una noche de confusión y terror para los estudiantes y los habitantes de la ciudad, y una recolección de personas, con una metodología casi clínica, llevada a cabo por las fuerzas de seguridad que operaban en la ciudad de Iguala, estado de Guerrero, uno de los más pobres y violentos de México.
El gobierno ha detenido a 123 personas entre las que hay 73 policías municipales. Los acusa de vínculos con el crimen organizado por lo sucedido aquella noche; de trabajar para la organización Guerreros Unidos, pero no han sido capaces de dar con el motivo de su comportamiento.
Los jóvenes desaparecidos eran estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, una escuela de maestros con una larga trayectoria de activismo situada en Ayotzinapa.
Estaban entre el centenar de estudiantes que habían ido a Iguala la noche del 26 de septiembre de 2014 para secuestrar varios autobuses. Solían hacerlo cada vez que necesitaban trasladarse a un evento y los devolvían una vez finalizada la actividad. Tanto las empresas como las autoridades toleraban esa práctica.
El plan para la salida de esa noche era asegurar los autobuses e ir a la capital del país para participar en una marcha de recuerdo de una masacre estudiantil en 1968.
Se desplazaban en dos autobuses que habían requisado antes. Se estacionaron en una de las calles de entrada a la ciudad y esperaron para interceptar más vehículos.
Uno de los estudiantes dijo, según el primero de los informes del grupo de expertos, que “estábamos todos contentos, relajados y jugando con los choferes”. Ese informe fue elaborado a partir de entrevistas con los supervivientes, fuerzas de seguridad e informes de un centro de mando público con la participación de varias instituciones.
Pero las fuerzas de seguridad de la zona estaban al tanto de los planes de los estudiantes. La policía federal situó varias patrullas cerca de los estudiantes, y el centro de mando local que hacía la conexión entre las policías federal, estatal y municipal así como con el ejército, mantenía a los estudiantes vigilados.
A las 20:15, los estudiantes detuvieron y abordaron el primer autobús, que estaba frente a un restaurante. El conductor ya sabía qué hacer en caso de que los estudiantes reclamaran el autobús. Debía quedarse en el vehículo para garantizar que se devolvía.
El chofer dijo que necesitaba hacer una parada en la terminal de autobuses de Iguala antes de conducir rumbo a Ayotzinapa. Pero una vez en el lugar, sorprendió a los estudiantes y los dejó encerrados en el vehículo.
Sobre las 21:15, los estudiantes que se desplazaban en otros dos autobuses llegaron a la terminal y liberaron a sus compañeros. El grupo requisó tres autobuses más y dejó atrás uno que no tenía conductor. Los cinco autobuses se fueron rumbo a Ayotzinapa, tres de ellos por la salida norte de la ciudad, dos por la salida sur.
Y comenzó el tiroteo.
Varios de los estudiantes bajaron del autobús y comenzaron a a tirar piedras contra los policías que les bloqueaban el paso. El vehículo se fue. En otro lugar, uno de los estudiantes trató de desarmar a un policía por la espalda. Varios policías acudieron para ayudar a su compañero y el estudiante logró huir. Mientras huía, una bala perdida le hirió de levedad por la espalda.
El convoy emprendió rumbo norte de nuevo. Mientras atravesaba la ciudad, los policías disparaban. Los estudiantes se resguardaron en el suelo de los vehículos y le ordenaron a los conductores que siguieran.
Al llegar a una ronda de circunvalación, el camino estaba bloqueado por policías. Varios estudiantes se bajaron del autobús y trataron de mover el coche de policía que les cerraba el paso pero había policías apostados en la carretera que dispararon contra ellos. Para protegerse, los estudiantes se escondieron tras los autobuses. Le pidieron a la policía que dejara de disparar. Eran solo estudiantes. Uno de los autobuses tenía hasta 30 impactos de bala.
Las balas quebraron las ventanas. Aldo Gutiérrez, uno de los estudiantes, recibió un impacto de bala en la cabeza. La primera llamada al número de emergencias se recibió a las 21:48. Los estudiantes que trataron de socorrer a Aldo también recibieron disparos.
Otro estudiante recibió una bala que le arrancó varios dedos. Buscó refugio tras un camión. Dos policías llegaron hasta donde se escondía y lo golpearon. Un tercer estudiante recibió un impacto de bala en el brazo. Una ambulancia logró rescatar a tres heridos y llevarlos al hospital junto a un cuarto estudiante con un ataque de asma.
El informe del grupo formado por cinco abogados y expertos en derechos humanos dice que “sintieron la confusión, el terror y la ausencia de ayuda”.
En algún momento, la policía hizo que un grupo de estudiantes que se protegía dentro del tercer autobús se bajara del vehículo y se tumbaran en el suelo. A las 22:50 los subieron a seis o siete patrullas y se los llevaron. Están entre los 43 desaparecidos.
Mientras tanto, los dos autobuses que habían tomado la ruta del sur de la ciudad también se habían encontrado con problemas. A las 21:40, mientras se interceptaba a los tres autobuses en el norte, la policía detuvo uno de los dos vehículos, rompió las ventanas y arrojó gas lacrimógeno al interior para obligarlos a que se bajaran frente al edificio de tribunales de Iguala.
Los estudiantes llamaron por teléfono desesperadamente. Familiares y amigos oyeron que la policía los atacaba. Oían disparos como sonido de fondo de las conversaciones.
Bajaron a los pasajeros de los autobuses y se los llevaron. Son el resto de los 43 desaparecidos.
En otro punto de Iguala, la policía había detenido otro de los autobuses que había huido hacia el sur. Los estudiantes, que sabían de los ataques por llamadas telefónicas, huyeron.
Para tener una dimensión exacta del caos de aquella noche en Iguala es importante saber que otros autobuses y vehículos que no tenían nada que ver con los estudiantes también fueron atacados.
Los Avispones, un equipo de fútbol de una secundaria de la ciudad de Chilpancingo, había jugado un partido en Iguala contra un equipo local. A las 23:15, los jugadores regresaban a casa en su autobús. Iban tranquilos, viendo una película. Para salir de Iguala tenían que atravesar un control de la policía hacia donde les dirigieron por el enfrentamiento entre la policía y los estudiantes.
A unos cinco kilómetros de Iguala, la policía abrió fuego contra ellos. Mataron al conductor y a uno de los jugadores. Hirieron a siete personas más. Una mujer de 40 años que pasaba por allí en un taxi también murió.
Los testigos dicen que entre quienes dispararon había oficiales de la policía y los análisis de balística demuestran que las armas utilizadas pertenecían a la policía municipal de Iguala.
El informe dice que “la hipótesis más probable es que el autobús fue confundido con uno de los que transportaba a los estudiantes de magisterio”.
Algunos de los jugadores, uno de ellos herido en un ojo y que sangraba en abundancia, consiguió llegar a un batallón militar cercano. No le ayudaron. “Nos dijeron que no podían hacer nada porque no tenían competencia sobre la zona”.
En el resto de calles de entrada a Iguala desde Ayotzinapa grupos de hombres armados establecieron dos controles. La policía municipal de Huitzuco puso otro. En uno de ellos, dos civiles resultaron heridos de bala.
El grupo de expertos concluyó que “la acción conjunta muestra unmodus operandi coordinado para detener la salida de los autobuses”.
Mientras tanto, en la entrada norte de la ciudad, los supervivientes del tiroteo contra los tres autobuses comenzaron a salir de los lugares en los que se habían escondido y a reagruparse en lugar hacia las 23:00. La policía ya se había ido y querían recopilar las pruebas del ataque mientras seguían intentando comunicarse con sus compañeros.
Algunos periodistas y maestros llegaron al sitio y se montó una conferencia de prensa improvisada en medio de la calle.
Alrededor de las 00:30, dos vehículos —uno blanco y otro negro— llegaron al lugar y comenzaron a tomar fotos de los reunidos. Algunos de sus ocupantes llevaban chalecos antibalas y estaban encapuchados. Hay testigos que dijeron haber visto un coche de policía en el lugar.
Quince minutos más tarde, los vehículos regresaron y tres hombres se bajaron de ellos para abrir fuego contra la conferencia de prensa. Murieron dos hombres y hubo heridos, entre los que había maestros y estudiantes.
Los supervivientes se escondieron en viviendas cercanas. Un maestro y varios estudiantes fueron a buscar ayuda para los heridos a un hospital cercano. No había ningún médico. Pese a que pedían que enviaran ambulancias al lugar y a que el ejército llegó hasta donde estaban, dentro del hospital, la ayuda tardó más de una hora en hacerse efectiva.
A las tres de la mañana, los cuerpos de los dos muertos todavía estaban en la calle, sin cubrir, bajo la lluvia.
Al amanecer, la situación ya se había calmado y los estudiantes que se habían escondido por toda la ciudad comenzaron a recibir llamadas que les decían que era seguro salir. A lo largo de la mañana, se reunieron en la fiscalía donde dieron testimonio ante un funcionario.
Esa misma mañana apareció el cadáver de Julio César Mondragón, que había estado en la rueda de prensa improvisada en la calle. Había huido cuando comenzó el tiroteo y se había separado del grupo.
Lo habían desollado. Tenía el cráneo roto y múltiples hemorragias internas. El estado de su cadáver muestra, según el informe del grupo de expertos, “el nivel de las atrocidades cometidas aquella noche”.