El proceso era simple, metódico y macabro. La persona era casi siempre entregada por la policía, después ejecutada de un balazo en la cabeza. Luego, las extremidades de su cuerpo eran separadas con un hacha para sumergirlas en un tambo con diésel ardiendo. Los fragmentos que quedaban, eran introducidos en una trituradora de caña.
El lecho de un río de 67 metros cuadrados, ubicado al lado del rancho donde todo lo anterior ocurría, era el depósito final de estas víctimas reducidas a pedazos de dos centímetros y cenizas.