La imposición de la militante de Morena, Rosario Piedra Ibarra, como presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) – a la hora de escribir esta columna, en el Senado se anunciaba que se repetiría la votación -, y de consumarse, significaría un agravio a la independencia y autonomía que, bien que mal, ha mantenido la comisión en los últimos sexenios. Si se elige finalmente a doña Piedra, se asestará un golpe brutal a la cada vez más frágil democracia mexicana, convirtiendo a la CNDH en una oficina más de Palacio Nacional.
Ya veremos qué dicen los senadores bajo la nueva votación. Y sea cual sea el resultado, hay que destacar, sin duda, la fuerte oposición pública de algunos panistas, como Mariana Gómez del Campo, Kenia López Rabadán, Gustavo Madero y Xóchitl Gálvez, entre otros, y de periodistas y parte de la sociedad civil que levantaron la voz en contra de tamaña imposición. Lo demócrata sería que se reponga el procedimiento y se elija a alguien imparcial y sin militancia partidista.