La enfermera Ángeles Cruz está serena, hablando de cómo se apoyan entre compañeros. No hay aviso alguno de que vaya a llorar. De pronto las lágrimas se le salen. Su compañera Monserrat Pedroza dice que así viven: van de la tranquilidad al llanto. Son los efectos de la tormenta de emociones que enfrenta a diario el personal de salud, el de la llamada primera línea, en su lucha cara a cara frente a la COVID-19.
Esa misma tormenta emocional viven Ángeles y Montserrat este 24 de diciembre mientras esperan en fila, afuera del Hospital General de México, en la capital del país, a que las vacunen. Ellas forman parte del primer grupo que recibió en México la vacuna contra la COVID-19. Están contentas porque las eligieron entre los primeros para inmunizarse. Están esperanzadas de que esto sea de verdad el fin de la pandemia. Pero en un rato volverán al hospital y ahí han vuelto los días de las muertes por decenas.