Cada mañana, el Presidente de México se planta ante la prensa durante unas dos horas, contesta todo tipo de preguntas, explica políticas, da orientaciones, enseña historia y arremete contra sus contrarios.
Siete de la mañana, el café ya está caliente. Rafael Silva, un auditor jubilado, enciende el televisor. En otro sector de la Ciudad de México la anciana Amalia Meléndrez ya se bañó y hace lo mismo. La traductora Ana Errasti se conecta a YouTube y en Nueva York, el ingeniero Raúl Juárez accede desde su casa, automóvil o el tren.
Ninguno sigue una telenovela exitosa. Todos escuchan al Presidente de México.