Una asamblea en un poblado en una de las montañas del sureste mexicano. Deben correr los meses de julio-agosto de un año cercano, con la pandemia del coronavirus adueñándose del planeta. No es una reunión cualquiera. No sólo por la locura que les convoca, también por el evidente distanciamiento que hay entre silla y silla, y porque los colores de los cubre bocas se opacan detrás del vaho de las caretas transparentes.
Están ahí los mandos político-organizativos del EZLN. También están algunos mandos militares, pero permanecen en silencio a menos que se les pida que hablen sobre un punto específico.