La masacre de Allende, Coahuila, forma parte de la historia más siniestra de México. El 18 de marzo de 2011, sicarios de Los Zetas irrumpieron en el pequeño municipio fronterizo buscando venganza porque alguien les había traicionado. Tres días después la localidad era una zona de guerra: casas destruidas, comercios arrasados y un número de muertos y desaparecidos que todavía hoy no ha sido clarificado.
En el horror de Allende se mezclan todos los elementos que han marcado los últimos 15 años de eso que Felipe Calderón denominó “guerra contra el narcotráfico”: el crimen organizado como poder real en un territorio, un Estado ausente e incapaz de proteger a su población, autoridades corruptas que rinden cuentas ante el narco y muchas víctimas. También, diez años después de la matanza, la impunidad.