De todas las formas posibles para llegar a Estados Unidos, al venezolano Jesús Salas, de 35 años, le tocó la más difícil: caminando. Durante años, miles de compatriotas llegaron a México en avión como paso previo a saltar el Río Bravo. Algunos aterrizaban en Monterrey, Nuevo León, a menos de 500 kilómetros de la frontera en la que debían entregarse para pedir asilo. Otros venían en vuelo hacia Cancún o a Ciudad de México.
Él, sin embargo, tuvo que atravesar ocho países, jugarse la vida en la selva del Darién, entre Colombia y Panamá, y todavía le queda un largo camino para alcanzar su destino. Actualmente se encuentra en Tapachula, Chiapas. Le llaman la “ciudad-cárcel”, porque a su alrededor hay retenes para impedir el avance de los migrantes. Él no lo sabía cuando llegó, es la primera vez en toda su larga travesía en la que se encuentra con policías que no le dejan avanzar.