Cuando Clara Tapia conoció a Jorge Iniestra, él solo era Jorge. Un hombre amable, comprensivo, cariñoso, y atento. No imaginaba ni en sus peores pesadillas que, años después, ese mismo hombre que la llamaba con dulzura ‘ñoña’ se convertiría en el ‘Monstruo de Iztapalapa’.
Clara no imaginaba que Jorge, condenado a 241 años de cárcel, se convertiría en su agresor y carcelero; que le cobraría ‘cuotas’ a cambio de darle información de sus hijas; unas jóvenes de 12 y 15 años a las que secuestró, alienó, y encerró en una casa donde las violó y agredió, hasta que en una de las golpizas asesinó a una de ellas y a una de las cinco bebés que tuvo con las hermanas.