Durante los 20 minutos de espera en lo que el juez ingresaba a la sala Emilio Lozoya sonreía. Aunque no se retiraba el cubrebocas sus gestos lo evidenciaban y, en ocasiones, el sonido de una carcajada se le escapaba mientras dialogaba con sus dos abogados defensores. Reinaba un buen ánimo que en las siguientes dos horas se iría transformando.
A juzgar por el buen humor que mostraba el exdirector de Pemex parecía como si no llevara ya más de un mes preso. Si bien cambió el traje color azul eléctrico con el que se presentó a principios de noviembre en la audiencia por el uniforme caqui del Reclusorio Norte, su apariencia y porte era casi los mismos. De hecho, en su brazo era visible el llamativo reloj inteligente color negro que le han permitido mantener aún estando preso.