En un ensayo titulado “Hitler, según Speer”, Elías Canetti analiza una de las partes más sorprendentes del poder de Hitler: la masa. Las edificaciones que Speer proyectó y edificó para él estaban destinadas no sólo a atraerla, sino también a reproducirla. Repetir las concentraciones y hacerlas crecer era, para este conocedor empírico de la masa, la forma no sólo de evitar su disolución, sino de acrecentar el poder que su presencia le confería.
Hitler quería que las banderas, la música, los contingentes en marcha hacia la plaza pública, la larga espera que precede a la aparición del líder, propios de la formación de la masa, pudieran reproducirse, si no de manera infinita, al menos de manera descomunal. Su paradigma era la Kulperberg (“montaña abovedada”) que, proyectada para Berlín, debía ser 17 veces más grande que la basílica de San Pedro.