Abrimos 2022 bajo un signo inquietante: el crecimiento de la violencia y la ausencia de nombres, historias y sufrimientos de quienes las padecen. Enterradas bajo el anonimato de las cifras, de la nota roja, del relato y el ejercicio de la crueldad, las víctimas, a lo largo de este sexenio, han vuelto a desaparecer de la conciencia pública como en las épocas de Calderón y Peña Nieto.
Si aparecen son sólo como un síntoma del poder que se ejerce sobre ellas y no como los sujetos del horror. Son, por desgracia, los derrotados, los desechados, los desaparecidos, que sólo importan en la medida en que permiten mostrar y relatar el poder de la violencia. Ya sea ilegal –la que ejerce el crimen organizado– o legal –la que se ejerce desde los gobiernos y las redes sociales, como la que promueven las series de narcos, los narcocorridos y los videojuegos–, la violencia y no las víctimas es el actor principal de la narrativa en México.