A finales de 2019, cuando el virus del COVID-19 apareció en Wuhan, China y rápidamente comenzó a propagarse en el mundo, se iniciaron una serie de estudios en laboratorio en los que se probaron fármacos existentes para confirmar o descartar si alguno de éstos sería útil para tratar el virus. Uno de ellos fue la ivermectina, un antiparásito que, aunque se utiliza en humanos, su uso más recurrente es el veterinario.
En abril de 2020, científicos australianos publicaron los resultados de un estudio en laboratorio en el que “confirmaban” que la ivermectina inhibía en 48 horas la replicación del virus. Aunque su análisis fue en laboratorio y dijeron que aún debían realizarse ensayos en seres humanos, esta información se propagó casi tan rápido como el COVID-19 y las personas comenzaron a tomarlo.