El hombre abre la puerta de su casa con sigilo. Antes de entrar, mete la cabeza y mira a izquierda y derecha. Se asegura de que está vacía. En la ventana, un disparo atravesó el cristal y se incrustó en la pared de la cocina, justo al lado del horno. Al interior, una casita humilde de concreto y lámina en el techo; todo está cubierto por el polvo.
Las telas de araña colonizan buena parte de las superficies y aparecen botas que nadie de la familia reconoce. “Hubo gente rara aquí”, dice la mujer, que llega a inspeccionar después de su marido. Ha pasado más de un año desde la última vez que el matrimonio estuvo aquí. En realidad, ambos abandonaron el domicilio antes, hace más de año y medio: en junio de 2020.Ella lo recuerda porque fue días antes de que su esposo cumpliese 54 años. Aquel año no hubo celebración: se habían convertido en desplazados internos.