Un par de huipiles rojos se asoman entre el morado que ha inundado la plancha del Zócalo y las calles del centro histórico en la capital del país. De piel morena y con cachuchas negras, un grupo de mujeres triquis existen y resisten. Es el segundo año que se suman a la marcha del 8 de marzo para exigir: “¡ni una desplazada más!” y retornar pronto a su Tierra Blanca, Copala (Oaxaca).
En medio de la manifestación –y luego de exigir a las afueras de la Secretaría de Gobernación la liberación de la abogada Kenia Hernández– dejan claro que las mujeres indígenas también tienen voz y voto. La función de sus cuerpos no es sólo la de procrear, también acuerpan la lucha feminista. “Nosotras también somos visibles, somos de comunidad indígena pero también somos mujeres. Apoyamos a las feministas”.