Una cascada de piedras grises rompe la armonía del paisaje idílico de la Sierra Gorda. Mientras el sol se derrama por encima de las nubes y se esparce con beatitud sobre una virgen de Guadalupe pintada en el cerro, las chimeneas de los hornos artesanales de mercurio exhalan un aroma sulfuroso, picante.
Rodeada de un camino sinuoso, la mina Camargo se desgaja en cuatro laderas de donde se extrae, procesa y hornea mercurio de forma artesanal. De la penumbra de la bocamina tres trabajadores empujan un carrito con costales de maíz repletos de piedras negras. Salen de la mina con una máscara de polvo negro, agotados después de estar percutiendo rocas con un martillo puntiagudo.