Sus padres gozaron de la impunidad que provee la corrupción, durante muchos años. Uno de ellos, de hecho, continúa prófugo.
Hijos de los capos mexicanos, también dedicados al ilícito negocio de las drogas, el tráfico, el secuestro, la extorsión y el asesinato -principalmente-, los cachorros de los cárteles son protegidos. Consentidos del sistema, tanto mexicano como estadounidense. Apadrinados primero por la red criminal en la que nacieron y se desarrollaron, y en segundo por las autoridades omisas movidas por la corrupción en un entramado penoso e ineficiente de procuración de justicia.