—El problema no es mi cuerpo, ni tampoco la enfermedad —dice la señora Herlinda Pizano Ramírez restregándose las lágrimas del rostro—. El problema, m’hijo, está aquí —se golpea el pecho con el puño cerrado—, en la enorme losa que llevo cargando desde que desapareció mi hija.
Herlinda, de un metro 50 de estatura, piernas muy flaquitas, cadera algo desviada, y con una protuberancia en su hombro izquierdo, nació hace 52 años con un tipo de esclerosis; una enfermedad crónico-degenerativa que, junto con las barreras de su entorno, ha derivado en una discapacidad motriz que la hace caminar encorvada y ladeada.