Hace una semana, horas antes de que Otis golpeara a Acapulco, nadie previno la magnitud del huracán, ni preparó a la población para las horas posteriores, en las que la ausencia de autoridad provocó daños mayores.
Tres horas antes de que Otis entrara a las costas de Guerrero convertido en un huracán de categoría 5 -el más fuerte que haya golpeado a Acapulco en toda su historia- todo parecía normal en el puerto: restaurantes, comercios, gasolineras y hoteles operaban como de costumbre. Las alertas de la autoridad no preveían la magnitud de la catástrofe.
A las 9 de la noche había una llovizna pertinaz y un poco de viento y, en el complejo turístico Mundo Imperial, se inauguraba la XXXV Convención Internacional Minera, el evento más grande que había tenido Acapulco luego de meses de poca actividad.